Gordos y sanos

Gordos y sanos.

Hace algunos meses, en una noticia de la Cadena Ser, se recogían los resultados de la última Encuesta Europea de Salud. En sus conclusiones, se presenta el sobrepeso y la obesidad como factores de riesgo importantes asociados a problemas de salud, como las enfermedades coronarias o ciertos tipos de cáncer.
Parece ser común considerar, como se presentan en múltiples guías clínicas, que el peso elevado no es indicador de tener una buena salud. La misma Organización Mundial de la Salud define el sobrepeso como “una acumulación anormal o excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud”. ¿Qué evidencia científica tenemos de esta afirmación?

En 2011, Bacon y Aphramor publicaron una importante revisión donde ponen en duda el supuesto de que los problemas de salud de personas con sobrepeso y obesidad se deban a un exceso de masa corporal. Se trata de un artículo muy interesante que vamos a desgranar a continuación:

¿Se relaciona el sobrepeso con una mayor mortalidad?

En un reciente meta-análisis, la presencia de sobrepeso (IMC entre 25 y 30), e incluso de la obesidad tipo I (IMC entre 30 y 35) se asocia con un nivel de mortalidad igual al normopeso (IMC entre 18 y 25). En algunos casos, incluso se encuentra que las personas con sobrepeso presentan una menor tasa de mortalidad que el resto. Otros meta-análisis han obtenido resultados en la misma línea, afirmando que quizás el sobrepeso debería dejar de considerarse un factor de riesgo, hasta siendo en algunas ocasiones un factor protector de la salud.

Otro ejemplo de por qué deberíamos comenzar a ser críticos con este enfoque de salud es el estudio llevado a cabo por Matheson, King y Everett (2012), con más de 11.000 participantes. Estos autores pretendían conocer si la presencia de una serie de factores protectores de salud no relacionados con la disminución del peso (comer 5 ó más frutas o vegetales diariamente, hacer ejercicio regular, consumir alcohol con moderación y no fumar) predecía una mayor longevidad, independientemente del índice de masa corporal del que disponga la persona.





Como se puede ver en la gráfica tomada de los resultados de este estudio, cuando se presentan 3 ó 4 de estos factores protectores (dos últimos grupos de columnas), tanto el grupo de personas con normopeso (primera columna), como el grupo con sobrepeso y obesidad (segunda y tercera columna) presentan los mínimos ratios de mortalidad.
Otros estudios, desde una metodología experimental, han constatado que se puede llevar a cabo una mejora en el nivel de salud independientemente de si se ha perdido peso o no.

Pero si esto es así, ¿por qué se ha asociado tener un peso elevado a problemas de salud?
Antes de entrar en la influencia de factores culturales y psicosociales, vamos a centrarnos en otros tipos de factores. Más concretamente, en las prácticas centradas en la pérdida de peso (tanto desde decisiones médicas como personales), fundamentalmente a través del uso de dietas. Esta forma de abordar el aparente “pseudoproblema” del peso sobre la salud podría formar más parte del problema que de la solución de la obesidad y el sobrepeso. Cuando observamos los resultados de los intentos de perder peso a largo plazo, se encuentra un inesperado dato: entre uno y dos tercios de las personas que realizan dieta acaban ganando más peso del que tenían antes de empezar con ella, con poca o nula mejora sobre su salud de estas personas. Estos intentos drásticos por controlar el peso no solo predicen la aparición de síntomas de trastorno de la conducta alimentaria, sino que también nos llevan, paradójicamente, a aumentar el nivel de masa corporal. En los casos en los que se produce una gran pérdida de peso (de cerca del 15% del peso corporal) se ha encontrado un aumento del riesgo de mortalidad, además de contar con que es probable que ese peso se vuelva a recuperar. Parece ser que la pérdida de peso como intento de mejorar la salud no solo sería inefectiva, sino perjudicial para la propia salud, en contra de lo que afirman importantes guías de salud.
Parte de los problemas que se han encontrado asociados al peso elevado parecen deberse, en parte, a una condición fisiológica derivada de los cambios cíclicos en el peso ocasionados por el uso crónico de dietas. Estas alteraciones en el nivel de masa corporal (efecto yo-yo) causarían una inflamación crónica (a través de la liberación de citoquinas pro-inflamatorias), la cual se encuentra a la base de muchas enfermedades que típicamente se han asociado a la obesidad, como la diabetes tipo 2 o los problemas cardiovasculares.
Esta evidencia pone en tela de juicio la viabilidad de mantener un enfoque de salud, tanto a nivel médico-clínico como social, enfocado en la pérdida de peso y la equiparación de la delgadez con salud. Algunos autores han comenzado ya a sugerir que esta asociación, que no se sustenta a un nivel científico, tiene su razón de ser en factores sociales y culturales. No deja de ser curioso que los efectos negativos de un peso inferior al normopeso (menos de 18’5 puntos de IMC) no preocupe tanto a las autoridades sanitarias y mediáticas como preocupa el sobrepeso.
Parece que la idea de que un peso elevado es síntoma de mala salud es otra construcción sociocultural derivada de la llamada “cultura de la delgadez”. Este modo de pensar, estigmatizador de las personas con un elevado peso, también tiene efectos negativos y paradójicos con las personas con sobrepeso u obesidad. Pedir a estas personas que “intenten comer menos” o culparles de su condición física no solo no les ayuda, sino que fomenta que se sientan peor y, a la larga, aumenten aun más su peso (Jackson, Beeken y Wardle, 2014; Sutin y Terracciano, 2013). Es posible que el fenómeno de la alimentación emocional dé buena cuenta de este aumento de peso asociado a la estigmatización y la socavación de la autoestima de estas personas.

En definitiva, como se ha expuesto en este artículo, se hace necesario cambiar la perspectiva de las ciencias de la salud (y de la sociedad en general), desde la disminución del peso al abordaje de conductas concretas relacionadas con riesgos para la salud y conductas promotoras de hábitos saludables. Enfoque que seguramente nos ayudaría a obtener mejores y más duraderos resultados sobre la salud. También evitaría la estigmatización de aquellos grupos de población sensibles a la sobreevaluación y la crítica de su imagen corporal.

O dicho de otra forma:
No es tu cuerpo el que está mal, es la sociedad.

Referencias
Bacon, L. y Aphramor, L. (2011). Weight science: evaluating the evidence for a paradigm shift. Nutrition Journal, 9, 1-13.
Bacon, L., Stern, J., Van Loan, M. y Keim, N. (2005). Size acceptance and intuitive eating improve health for obese, female chronic dieters. Journal of the American Dietetic Association, 6, 929-936.
Campos, P., Saguy, A., Ernsberger, P., Oliver, E. y Gaesser, G. (2006). The epidemiology of overweight and obesity: public health or moral panic? International Journal of Epidemiology, 1, 55-60.
Flegal, K., Graubard, B., Williamsom, D. y Gail, M. (2005). Excess deaths associated with underweight, overweight and obesity. JAMA, 15, 1861-1867.
Ingram, D. y Mussolino, M. (2010). Weight loss from maximum body weight and mortality: the Third National Health and Nutrition Examination Survey Linked Mortality File. International Journal of Obesity, 6, 1044-1050.
Jackson, S., Beeken, R. y Wardle, J. (2014). Perceived weight discrimination and changes in weight, waist circumference, and weight status. Obesity, 12, 2485-2488.
Mann, T., Tomiyama, A., Westling, E., Lew, A., Samuels, B. y Chatman, J. (2007). Medicare’s search for effective obesity treatments: diets are not the answer. The American psychologist, 3, 220-233.
Matheson, E., King, D. y Everett, C. (2012). Healthy lifestyle habits and mortality in overweight and obese individuals. Journal of the American Board of Family Medicine, 1, 9-15.
McGee, D. (2005). Body mass index and mortality: a meta-analysis based on person-level data from twenty-six observational studies. Annals of epidemiology, 2, 87-97.
Neumark-Sztainer, D., Wall, M., Guo, J., Story, M., Haines, J. y Eisenberg, M. (2006). Obesity, disordered eating, and eating disorders in a longitudinal study of adolescents: how do dieters fare 5 years later? Journal of the American Dietetic Association, 4, 559-568.
Sutin, A. y Terracciano, A. (2013). Perceived weight discrimination and obesity. PLOS ONE, 7, 1-4.


Strohacker, K. y McFarlin, B. (2010). Influence of obesity, physical inactivity, and weight cycling on chronic inflammation. Frontiers in Bioscience, 2, 98-104.

Juan Antonio M.G.

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